Domingo.
Te había imaginado con la cabeza recostada a la ventana del tren, viéndome viéndote, a veces. Y otras, mirando las líneas de la velocidad. En el infinito todo desaparecía: los árboles, las casas, los postes de electricidad, la electricidad, la televisión, la publicidad y la propaganda.
No habías despegado tu cabeza del vidrio cuando sacaste del bolsillo el papel.
Nunca supe cómo destruir mis temores, así que los escribía, otros los gritaban o los guardaban dentro muy dentro. Yo los escribía, luego los escondía en el bolsillo hasta tener el valor de gritarlos o guardarlos dentro muy dentro para que no salieran nunca más. Lástima que nunca supe escribir como los escritores. O hacer fotos como los fotógrafos. Tampoco sabía destruir mis temores.
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