El cretino a la hora en punto
Resultaba realmente tentadora la posibilidad de cometer un delito. La excitación de los prohibido, la urgencia por la adrenalina distribuida en el cuerpo como pequeños hilos de arrebato que van de los feos dedos de los pies, pasando por la espina dorsal. Sólo tenía que movilizar sigilosamente mi mano, abrir la gaveta y sacar el botín. Mientras todos observaban el reloj, esperando impacientemente la hora de salida, sabía que nadie repararía en mí. La vieja costumbre de esperar la manecilla del reloj a la hora del puñal para salir a almorzar. Qué delicia. Estaba rodeada de delatores, que esperaban el menor desliz para acusarte de cualquier cosa, pero no le importaba a nadie: a las doce en punto no importa nada. Tocan la puerta, suena el teléfono, mandan un fax. A las doce en punto se abre la brecha entre la realidad y una fórmula paralela donde nuestra existencia deja de existir, todo por un aburrido plato de espaguetis. La gran oportunidad para hacerse del tesoro más preciado.
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